surrealismo urbano y poesía visual con una fuerza magnética. En el centro, un individuo solitario camina por una pasarela imposible suspendida entre gigantescos rascacielos que se elevan hacia un cielo nocturno. La perspectiva extrema y la verticalidad distorsionada crean una sensación de vértigo metafísico, como si la ciudad misma se curvara para abrir paso a lo desconocido.
Los edificios, saturados de luces multicolores, parecen respirar con vida propia. Cada ventana brilla como un pequeño universo, sugiriendo historias ocultas en una metrópolis que nunca duerme. La composición juega con el contraste entre la inmensidad urbana y la fragilidad humana, enfatizando el aislamiento del caminante frente a un entorno monumental.
En el firmamento, una estrella luminosa —tratada casi como un destino simbólico— actúa como punto de fuga y faro emocional. Su presencia introduce un contrapunto espiritual en un mundo dominado por la geometría y el concreto. El caminante avanza hacia ella con paso firme, convirtiéndose en un arquetipo del viajero interior.
En conjunto, la obra se presenta como una meditación visual sobre la solitud contemporánea, la búsqueda de propósito y la posibilidad de trascender incluso dentro de los límites de la ciudad moderna. Aquí, la arquitectura deja de ser espacio y se convierte en metáfora.